En las escrituras del Oriente, la conciencia espiritual se compara con un hilo que corre a través de las muchas flores de una guirnalda. Esto significa que la conciencia existe continuamente, incluso mientras pasa a través de las diversas transformaciones. Así, aunque al momento del nacimiento ocurre solo una transformación, existe un desarrollo de la conciencia incluso antes del nacimiento. Si previamente no existiera, no podría desarrollarse. El cuerpo está sujeto al nacimiento y a la muerte; pasa a través de las etapas de la infancia, la juventud, la adultez y la vejez. La conciencia, que reside dentro de nosotros, no conoce estas etapas, no conoce el nacimiento, ni la muerte. Es como un aparato eléctrico; que puede romperse, pero no la electricidad. Cuando alguien se refiere a nosotros, como personas, jóvenes o viejas, él, se está refiriendo sólo a nuestro cuerpo, No a nosotros. Somos eternos, el cuerpo, sin embargo, puede estar sano o enfermo y puede también dañarse. No obstante, nos identificamos fácilmente con el cuerpo y pensamos: “Oh, me están saliendo canas, pienso que me estoy poniendo viejo”, y así comenzamos a creerlo. Y si otra gente también nos dice: “Te estás poniendo viejo”, nos apegamos rápidamente a esa ilusión.
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